Al
margen de la euforia generada por la historia de Snowden y las
filtraciones de la NSA, los eventos recientes nos presentan una
oportunidad para reconocer que Internet es un fenómeno
socio-tecnológico marcado por dinámicas de la política
internacional.
El
problema no es simplemente que algunas empresas y gobiernos
establezcan acuerdos para engañar al público y obtener información
privada de potenciales competidores y de usuarios comunes, tal como
parece ser la preocupación de quienes piensan en Internet como un
entorno ideal para el libre mercado. La cuestión es mucho más
profunda y nos muestra un sistema político donde prevalecen los
intereses de las élites contra las necesidades del resto de la
humanidad. Desde esta perspectiva, el desarrollo y la expansión
histórica de Internet no sólo ha servido para la masificación de
contenidos culturales afines con la sociedad de consumo y como nuevo
puntal de la economía financiera, sino que también ha contribuido
con la consolidación de la hegemonía de determinados actores
identificados con los bloques políticos y económicos que rivalizan
entre sí por la preeminencia en la producción de capital.
Veamos.
Actualmente, el sistema internacional presenta una unipolaridad
inestable, en el cual EEUU es la única potencia con capacidad para
influir en todo el sistema pero, al mismo tiempo, existe un cierto
desbalance generado por las iniciativas de otros bloques. La
bipolaridad del sistema de la Guerra Fría dio lugar a la
preeminencia de EEUU, pero desde entonces las fortalezas se
encuentran distribuidas de forma compleja, por cuanto el poder
militar pertenece a EEUU y el poder económico está disputado entre
este país, Europa, Japón y China (Nye, 2004). Además, si bien EEUU
cumple un papel como pivote del sistema, existen otras regiones que
lo confrontan en la arena internacional: Europa Occidental, Asia y
América.
Así,
es previsible que aspectos como la crisis de la producción y de los
capitales financieros, el descrédito del derecho y de la política
estadounidense, y la emergencia de otras potencias económicas,
acentúen el desbalance del sistema unipolar, lo cual justificaría
la coacción abierta o encubierta por parte de las potencias
interesadas en conservar sus privilegios. Pero no nos dejemos engañar
por los convencionalismos de los estudios en la materia: lo que
proporciona cohesión o divide a los bloques geopolíticos son las
relaciones que se establecen en un momento del desarrollo de las
formas de generación de capital. De ahí que nos encontremos
tentados a ver no más de dos grandes bloques: las minorías que
explotan la apropiación de los factores de producción y las
mayorías que están sujetas a su cesión o expoliación. El Norte y
el Sur global, con sus élites y sus propios contingentes de
marginados ubicados en cada polo (Wallerstein y Hopkins, 1996).
En
el plano tecnológico vemos que, si bien el discurso académico
dominante presenta a Internet como un fenómeno eminentemente
técnico-económico, enraizado fatalmente en un proceso de
racionalización de las estructuras socioculturales de las sociedades
postindustriales, quienes apuestan a la formulación de un enfoque
sociopolítico y contructivo de las tecnologías de la información
(Roca, 2012) encuentran la posibilidad de demostrar que Internet es
una empresa económica y cultural que se ha desenvuelto por la
voluntad de actores históricos concretos, y no simplemente por la
gracia de la orientación ideal de la racionalidad funcional (que ha
prometido la transformación de las sociedades capitalistas a través
de la digitalización de los flujos de comunicación y de generación
de valor económico). Desde este enfoque, los sistemas tecnológicos
no son neutrales, sino que reflejan las condiciones y los valores del
contexto social en el que emergen. Internet surgió en el contexto
del auge del neoliberalismo y, gracias a prácticas como la
desregulación jurídica y la privatización, se convirtió en una
herramienta propicia para la colonización del Estado – y del
sistema de naciones – por parte de intereses corporativos. Por lo
tanto, Internet forma parte de la experiencia de expansión de los
intereses occidentales bajo la cubierta de una ideología de
contenido “universalista” que, dependiendo del caso, se presenta
como la “globalización”, el “libre mercado” o la “red de
redes” (Almirón, 2002).
Este
proceso, considerado aquí en su dimensión geopolítica, aunque
posee carácter sistémico, no es un proceso normal y continuo, sino
contradictorio, en cuanto que refleja conflictos de intereses y la
lucha social en el seno de las sociedades nacionales y en el conjunto
de las relaciones internacionales. Por lo tanto, el desenvolvimiento
de Internet tal como la conocemos hoy día sólo ha sido posible
gracias a un conjunto de condiciones sociopolíticas creadas como
resultado de estas contradicciones. El interés de notar esto no es
sólo apuntar algunas manifestaciones concretas de dichas
condiciones, sino en particular crear el reconocimiento de que las
revelaciones sobre las acciones de la inteligencia estadounidense y
de sus socios son consistentes con un esquema de control hegemónico
del sistema internacional. Los siguientes aspectos muestran algunos
indicios en esta materia:
Gobernanza:
desde hace varios años se discute la posibilidad de que Internet sea
administrada por cada gobierno en la esfera nacional, y por una
organización como la Unión Internacional de Telecomunicaciones –
UIT (http://www.itu.int), perteneciente a la ONU, en el plano
internacional. Sin embargo, actualmente el órgano que decide sobre
las normas y los estándares técnicos de Internet, la Internet
Corporation for Assigned Names and Numbers – ICANN
(http://www.icann.org/), se encuentra bajo control directo de EEUU, y
sus decisiones chocan con iniciativas de carácter multilateral como
la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información. Esto se traduce
en la dificultad para lograr acuerdos permanentes entre las empresas
y el gobierno de EEUU, que poseen mayor facilidad para el control de
las redes, y las posibles coaliciones que pueden formarse entre otros
gobiernos, empresas y organizaciones civiles.
Mercantilización:
los servicios de la Red no son costeados ni administrados por entes
públicos sujetos a responsabilidad política, como los gobiernos
elegidos democráticamente, sino por empresas con intereses
económicos específicos. Además, las recomendaciones de los entes
internacionales ocupados por las políticas públicas en ciencia y
tecnología, aconsejan la transferencia de recursos públicos al
sector privado para cumplir con tareas específicas como la
instalación de infraestructura y la prestación de servicios. Esto
tiene como consecuencia el mayor peso de los intereses comerciales en
el desarrollo de Internet, además de una suerte de control privado
del espacio comunicacional, como puede verificarse mirando en el
origen de buena parte de los contenidos y de los servicios de la red.
Software
y hardware privativo: las herramientas tecnológicas más conocidas
(con excepción de las alternativas en software libre) son
desarrolladas y comercializadas por corporaciones que cuidan su cuota
de mercado a través de prácticas paralelas de protección de la
propiedad intelectual, como el lobby, para impulsar la generalización
de un derecho de carácter mercantil y privatizador. Por otra parte,
dichas corporaciones están en posición de negociar privilegios
especiales con determinados cargos de las administraciones
gubernamentales, tales como la creación de redes ocultas y de
“puertas traseras”, a cambio de una regulación flexible y de
nuevas oportunidades de contratación.
Redes:
la infraestructura de muchos servicios web se encuentra ubicada en
los países de capitalismo avanzado,
lo que decide la capacidad de éstos para acceder y controlar las
comunicaciones de las redes que pasan por su territorio. Además, los
acuerdos entre diferentes entidades gubernamentales, así como los
acuerdos entre corporaciones y empresas del sector privado, permite
el acceso a fuentes de información ubicadas fuera de las fronteras
nacionales.
Estos
temas, por más que parezcan tener carácter estrictamente comercial,
se encuentran apuntalados por una orientación geopolítica que
responde a las necesidades de estabilización de un mundo unipolar,
dirigido por EEUU como puntero de los bloques que se enfrentan por el
control del capital. Por otra parte, no es una coincidencia que los
países con mayor influencia sobre Internet son los que generan – a
nivel global – la mayor cantidad de ingresos como resultado de la
comercialización de patentes y de licencias de uso.
Esto se debe a que la propia Internet se desarrolla en el contexto de
la consolidación de una economía capitalista de la información,
cuyas dinámicas han sido moldeadas de acuerdo con las tensiones del
capitalismo “postindustrial”.
La
participación activa de nuestros talentos técnicos y la inversión
de nuestros recursos regionales en el área de las tecnologías de
información, debe apuntar entonces hacia la construcción social de
redes de información alternativas que rompan tal dependencia. Y al
mismo tiempo, dicho proceso debe contribuir a resolver las
contradicciones internas de la política y de la economía doméstica,
las cuales ayudan a mantener las relaciones de colonización.
Si
Internet está condicionada por las conexiones entre los bloques
político-económicos del globo, otra forma de relación quizá pueda
emerger gracias al fortalecimiento de bloques regionales que
demuestren ser capaces de generar nuevas formas de integración
tecnológica. MERCOSUR puede convertirse en un caso ejemplar desde
esta perspectiva. La certeza de que Brasil – y otras naciones de
América Latina, como Venezuela – han sido víctimas de espionaje
económico, así como la acumulación de fortalezas en el área de
las tecnologías libres, representa un marco de oportunidad para
reforzar la integración del bloque, a partir de la generación de
alternativas de software y de hardware con sentido crítico,
orientadas a resolver sus propias necesidades; apuntando a la
progresiva sustitución de los servicios y de la infraestructura
corporativa instalada en la región. La declaración de la última
reunión de MERCOSUR, emitida el 12 de julio de este año, muestra
una afirmación de propósito en este sentido. Allí se expuso el
apoyo a los siguientes planteamientos (MERCOSUR, 2013):
- Respaldo al software libre para potenciar el desarrollo regional de soluciones en el área de las tecnologías de información y reducir la dependencia de las empresas transnacionales.
- Interés en impulsar la promoción del conocimiento libre, la apropiación social del conocimiento y la transferencia tecnológica.
- Voluntad de integrar el uso de software libre en programas dirigidos a la inclusión digital.
- Reconocimiento de la necesidad de fomentar normas y políticas de fomento de la investigación, desarrollo, implementación, uso y transferencia tecnológica, basadas en el modelo del software libre.
- Atención a la infraestructura digital de la región, a través de acciones como la masificación de la banda ancha, en función del reconocimiento de la importancia de las tecnologías de información para fortalecimiento sociocultural y económico de las naciones.La interrogante que emerge es si MERCOSUR será capaz de abordar el reto sin plegarse incondicionalmente a las reglas de juego del mundo capitalista. Que se avance en esta dirección depende no sólo de la voluntad de los dirigentes y de que se puedan gestionar con una nueva racionalidad los recursos técnicos, sino también está relacionado con la profundización de procesos de democratización de vocación popular. Si algo caracteriza las dinámicas tecnológicas del mundo capitalista, como hemos visto, es la ausencia de deliberación democrática que encubre las decisiones económicas y tecnológicas, y en la cual caben los hechos que hoy se encuentran al descubierto. Por lo tanto, no sería extraño que el bloque del MERCOSUR (y por qué no, UNASUR y también el ALBA), en algunos de cuyos países se experimentan formas inéditas de democratización social y comunitaria, sea partero de una nueva época para las redes de información. De no considerarse esta fortaleza, la diferencia sustantiva con la política tecnológica y con la infraestructura desarrollada al cobijo del vacío democrático que existe a lo ancho de la globalización sería escasa y, de seguro, cualquier empresa de creación de autonomía estaría destinada al fracaso. En otras palabras, el proyecto de una red digital autónoma para el Sur estaría incompleto si no se aborda desde la perspectiva de los procesos de democratización profunda que hoy día recorren la región.
En un futuro viable, en el cual la integración de bloques regionales del Sur se consolide como un modo de superación de la dependencia de los centros coloniales, no sonará extraño pensar en la “red de redes” de una forma ajena a la lógica de la globalización unipolar. Internet podría ser concebida como una red autónoma y distribuida, que proporcione la infraestructura de datos para un mundo en el que la producción del capital no sea la única motivación para la creación de bloques regionales.Fuente : rebelion
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