
¿Ha
oído hablar de Satoshi Nakamoto?
Ese
fue el seudónimo bajo el cual, en diciembre de 2008, alguien envió
a una sociedad de criptografía de Estados Unidos un documento corto,
preciso y muy bien escrito titulado Bitcoin: A Peer-to-Peer
Electronic Cash System en el que describió el funcionamiento de una
moneda electrónica a la que llamó Bitcoin. En este documento,
Nakamoto explicó cómo se podía reclutar, a cambio de una
recompensa en bitcoins, el apoyo de computadores independientes para
permitir que los usuarios transfirieran bitcoins entre sí, sin tener
que usar un banco para evitar que alguno use más de una vez la misma
“criptomoneda”. A este proceso lo llamó “minería” de
bitcoins.
Posteriormente,
a principios de 2009, Nakamoto publicó el código del software que
permite hacer pagos en bitcoins p2p, y sacó el primer bloque de 500
bitcoins al mercado. Acto seguido comenzó la minería y una persona
pagó 10.000 bitcoins –que al cambio de hoy equivalen a más de un
millón de dólares– por una pizza, y así nació esta nueva
moneda, que tiene tanto de novela de misterio como de mecanismo de
pago.
Todo lo que anticipó Nakamoto en su paper de 2008 ha venido ocurriendo. Al principio, en 2009, fue posible “minar” bitcoins con computadores pequeños. Luego salieron a la venta computadores especialmente diseñados para la “minería” de bitcoins. Gracias a esta “minería”, comenzaron los bitcoins a circular en el mercado y su valor fue subiendo en la medida en que las personas vencían el temor y los aceptaban en pago de bienes o servicios (ya van 11 millones emitidos, que valen unos US$1.200 millones, pero el proceso de emisión está programado para volverse cada vez más lento y costoso).
Hoy,
después de cinco años, el sistema de recompensas diseñado por
Nakamoto se soporta en una capacidad de computación que suma más de
1.000 petaflops, (más que la capacidad que tienen los 500
supercomputadores más grandes del mundo sumados) para validar las
transferencias de bitcoins, lo que permite el funcionamiento de
varios mercados online legales donde se transa únicamente en esa
moneda, y también el de un mercado ilegal llamado Silkroad (Ruta de
la seda) que opera en la red profunda, en el cual se venden alrededor
de US$2 millones mensuales en drogas ilícitas, pagaderas únicamente
en bitcoins, que son enviadas a los consumidores finales por correo.
Los bitcoins tienen amigos VIP entre los cuales están los hermanos Winklevoss, famosos por la película Red social, quienes declararon que invertían en esa moneda porque prefieren tener sus recursos en un sistema presidido por un “marco matemático libre de errores humanos e interferencia política”, pero no le gustan a todo el mundo. El prestigioso economista y premio nobel Paul Krugman dice que pagar con bitcoins es lo mismo que entregar bolsas de billetes en un callejón oscuro y agrega que el sistema Bitcoin es una invención innecesaria que solo se explica por la desconfianza paranoica que tienen los tecnócratas anarquistas a los gobiernos y a las monedas respaldadas por el Estado.
Este año (2013) ha sido bastante movido para los bitcoins. En marzo pasado se podía comprar un bitcoin por US$45, pero subieron de precio cuando el gobierno de Chipre amenazó con confiscar 7,5% de los depósitos bancarios de ese país para sanear las finanzas públicas, y llegaron hasta US$266, para bajar finalmente a US$122 este mayo.
Además, varias agencias gubernamentales americanas están estudiando la forma de regular el mercado o sus participantes, e incluso hubo un embargo contra MT. Gox, la bolsa donde más se transa esta moneda, por no cumplir con las normas aplicables al transferir bitcoins.
Mientras
todo esto pasaba, Namatoko continuó usando su alias bajo el cual
apoyó el sistema Bitcoin en los foros informáticos durante los días
en que la moneda estaba implantándose, y se mantuvo visible hasta
finales de 2011 cuando, en un mail dirigido al gerente de la
fundación Bitcoin, anunció que se iba a dedicar a otros asuntos,
tras lo cual desapareció para siempre. Y como este gesto desató la
curiosidad natural de la revista New Yorker, esa publicación inició
una gran campaña para identificar a la persona tras el seudónimo.
Pero ni esa revista ni nadie más pudo averiguar nada definitivo
sobre la verdadera identidad de Nakamoto, y a cada rato surgen nuevas
teorías como la que propuso Ted Nelson, el inventor del término
“hipertexto”.
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